Imagínense el siguiente escenario: Mañana fresca (como La Loles) del 6 de junio de 1944. El desembarco de Normandía está al caer. Los alemanes están un pelín acojonados, porque oiga, vaya usted a saber: todo plantadico de minas y enrejados con espinos, metralletunas por aquí y por allá, dale que te pego con las estacas, un poco a la izquierda, Henrich que siempre te vas al otro lado. Y al final, primor, ya verás como viene alguien y nos lo jode.Y tate. Que llega la hora H y unos inmensísimos Landing Crafts aparecen en lontananza arrastrando sus panzotas de metal hasta la orilla. Se abren las compuertas y... ¿qué se baja de ahí?, ¿eh?, ¿qué tipo de arma secreta y destructora guarda el enemigo?, ¿cuál es el misterio que esconden esas inmensas bañeras de sangre? ¿qué es lo que desciende raudo para destrozar las pobres y acobardadísimas defensas alemanas? Pues nada mas y nada menos que cientos de miles de señoras españolas armadas con paraguas de colores bien abiertos.
Ahí van ellas, directas al enemigo, cotorreando a gritos y cagándose en la educación de la juventud en general, ahí van, avanzando hacia los búnkeres donde Henrich y Herman tiemblan ateridos de miedo: Mari, que no sabes cómo me salen las albóndigas, y dile a tu marido que se deje de vainas, que menos da una piedra, y que me quiere cambiar la señora el horario y le he dicho que nones, y al final verás cómo no llego a ver a Almudena, que está de los nietos hasta ahí.
Hasta ahí (en efecto, señora mía, ahí es justito mi entre pierna, sin escándalos, ¿eh?) es donde estoy yo de los paraguas, señoras mías, hasta ahí.
Que voy a tener que empezar a cruzar los semáforos con gafas de bucear para intentar mantener mis ojos en sus cuencas.
Madrid se desmelena cuando llueve. Ains.








