Pues nada, que feliz salida y entrada. Que gocéis mucho y que cumpláis muchos más.

Na, ni, no, naaaaaaa.

escalofríos, tengo

Damas y caballeros, estimados congéneres de especie indeterminada:



Se hizo la luz: En éste preciso instante hay dos operarios de Montaplus montapluseando la cocina.

Sepan que estoy sufriendo un orgasmo que amenaza con traspasar los límites mentales. Y sepan también que es francamente agradable.

No quepo en mí de gozo. Debo de (y como bien diría Edryas, sí, ese "de" es bueno) controlar mis impulsos y no zarandear a mi jefe por los pies gritando que es más fácil decir Jau que decir cómo has estau (Peter Pan, ¿recuerdan?). Olé, olé y olé.

hasta el ojaldre, estoy


Si mañana a las 9.30 a.m. los instaladores de Montaplus solucionan el curioso problemilla que venimos arrastrando con la cocina desde que los romanos dejaron las sandalias, no tendré que volver a invocar al diablo para que un número indiscriminado de familias aparezcan cubiertas de hez liquida todas las mañanas de lo que les queda de existencia.

o

Si mañana a las nueve-punto-treinta a-punto-eme-punto los instaladores de Montaplus quitan el maldito e inmenso fregadero, se deshacen de la malograda y taladradísima encimera que destrozaron antaño, colocan una nueva (nueva y ya, sin más) e instalan el fregadero que desde hace dos semanas descansa agradablemente en el aseo, prometo no pensar más en cuchillas de afeitar oxidadas y partes pudendas desgarradas.

o

Si mañana, recién rota el alba, los ministro-instaladores de la quimérica Montaplus tienen a bien acercase a nuestra humilde morada a reparar el yerro que cometieron con la gamella de las cocinas, éste humilde servidor desistirá en sus ansias de justificada muerte lenta y dolorosa.

o

Si mañana de una puta vez nos arreglan la cocina, me bebo hasta el Manzanares (patos transgénicos incluidos). O no, yo qué se.

Y ole.

En otro post les contaré cómo, aunque parezca imposible, se puede seguir gozando ad-eternum con las obras de casa.

Versiones

- Serás Puta.

Lo dije así, con mayúscula. Con furia desmedida, con ansia y pasión derrocadoras. Imagínense la escena, por favor: un hombre espetándole a un fémino el apelativo que más puede dolerle (quizá), sentados frente a frente en un pequeño local de la Gran Vía de Madrid. Con fuerza, con latido, P-U-TA. Los labios se me cerraron, los carrillos hincharon y una fastuosa "P" nació estallándose contra una "u" más aniñada. El "ta" fue siseado (por difícil que parezca), aunque penetrante, hondo. La miré con descaro, procurando levantar la ceja izquierda, alzando también y en la medida de lo posible la barbilla (Brando’s pose). No supe calibrarme a mí mismo.

Ella me miró y, ante la impresionante pose de macho de tigre, de jaguar salvaje, de animal destructor de las más profundas de todas las sabanas que tenía delante, lo único que dijo fue:

- Me has escupido, joder.

Cierto era que unos cuantos filardos habían ido a parar al tercio superior de la tipa con la que conferenciaba, pero me extrañó que ante el palabro que acababa de soltarle aquella fuera la única respuesta que se le pasara por la almendra. Aquello me molestó y, apenas hubieran transcurrido un par de segundos de sincero estupor, yo que soy un macho, yo, que hubiera esperado una reacción más alarmada, casi arrepentida, como asustada y temerosa, rearmé mis encantos y, temblando en mi asiento blasfemé:

- Pues... serás ZZZ-orra.

Ésta vez casi logro que se le rice el pelo: la cascada de saliva que saltó desde mi maltrecho frenillo por poco rellena el vaso de cerveza que tenía delante. Un camarero que llevaba un perrito caliente en una bandeja resbaló con uno de los esputos recién expulsado y un pequinés espantoso que había dos mesas más allá pudo disfrutar de lo lindo zampándose a su pariente hostelero. Mientras la tipa se apartaba los cabellos empapados de la cara con un gesto que con ternura podría describir como de asco absoluto, escogí rápidamente la variante "Bogart", algo más escondida, ladeando la cabeza y mirándola de abajo a arriba. Mi pulso se aceleraba tremendamente.

El asunto del salivazo tiene su explicación en el origen de mis tiempos: De pequeño, estando jugando en un parque mientras mi abuelo perseguía a las yayas del resto del barrio ("si ejque mira que eres bonita... entre pliegue y pliegue tas llevao mi corazón tatuao, so guapa... si tuvieras dos años menos te llevaba yo de coplista, mi arma....") y me quedé dormido al sol. Como siempre he sido un tipo de cuerpo esbelto (supongamos que con siete años pesaba algo más de cincuenta kilos) mi descanso nunca ha supuesto para los que me observan un sosiego completo: desde que mi madre tiene memoria de mí mismo, he roncado como un elefante en celo. El caso es que, después de haberme deleitado el cuerpo serrano con dos bocadillos rellenos de susodicho elemento, caí plácidamente en los brazos de Morfeo. La mamá de un compañero de parque llamó al SAMUR en el momento en el que mis ronquidos superaron los decibelios debidos, y la renombrada brigada de urgencia se presentó de inmediato. Comprendiendo lo extraño que era el hecho de que un niño de apenas siete años llegara a emitir semejantes rugidos, pensaron que me estaba dando un paro cardiaco o que, más probablemente, me había tragado una lata de sardinas vacía. Nada más empezar a hacerme el boca a boca lograron que lógicamente me despertara, pero al abrir los ojos pude ver cómo la enfermera profesional encargada de la respiración asistida vomitaba apoyada en su furgoneta, informándole muerta de angustia al compañero que se había tragado dos trozos de montado sin masticar untados con mierda de paloma (es lo que tiene el dulce sueño dócil e incomprendido). Desde entonces arrastro un ligero problema en lo que a la intensidad de mi saliva se refiere.

- Eres un mamarracho, y un imbécil.

¿Mamarracho e imbécil?, ¿Con que esas teníamos? No sabía ella con quién se la estaba jugando. ¿Yo, arquero de la selección de joquey sobre patines de la escuela; yo, adalid de las causas perdidas (mi dinámica página web, petulante y elegante al tiempo y que versaba por entonces acerca de los problemas que otros tantos como yo mismo arrastrábamos acerca del tamaño del pene, así como sobre los diversos tratamientos existentes para la extensión y engrandecimiento del miembro viril); yo, generoso con los pobres; yo, monstruo del sentimiento, bestia elegante donde las hubiera, bárbaro semental (por entonces era yo más virgen que la de Lourdes, lo cual no impedía en absoluto que hubiera desarrollado una más que interesante inteligencia sexual gracias a la colección de Clásicos del Porno que bien escondía debajo de mi cama)... un mamarracho?

-No sabes lo que dices -mano blanda, "Elvis"-, nena; no tienes la más remota idea -pendulando-, bonita... mira, princesa, me vas a dejar que te explique...

Me plantó un bofetón fantástico. El bar entero empezó a aplaudir, y cuando ella se levantó, casi le hacen la ola. Qué desastre.

-Eres... eres... eres una cosa apestosa -me gritó.

Empujada por tamañas demostraciones de júbilo, levantó los brazos en señal de victoria. Dos camareras se le acercaron y la subieron a hombros. El resto de los comensales chillaba embravecido, estoy seguro de que los vítores se podían oír desde Plaza de España. Al bajar, la tipa volvió a acercarse y, enloquecida como una vaca cabreada, apretando los dientes como un niño de dos años al que acabaran de enseñarle a cagar en un orinal, me soltó un puñetazo con todas las de la ley. La gente rugió de entusiasmo. Me levanté con toda la intención de devolverle el golpe, pero con una agilidad más que sorprendente me lanzó una patada "Matrix" a las partes pudendas. El dolor me recorrió el estómago (cuan grande era y es, todo sea dicho de paso), la tráquea, el esfínter y parcialmente los pulmones (apagado grito de dolor, el mío).

Cuando logré levantarme del suelo y empezar a respirar, el bar estaba ya prácticamente desalojado.

Encima de la mesa en la que habíamos estado sentados, estaba el sobre. Jadeando, me acerqué hasta la silla y volví a sentarme. Válgame el cielo, los ángeles, los arcángeles, y la puta madre que los tenga en su gloria. Me cago en mi calavera. Dentro del sobre estaban los habituales 120 euros.

Respiré hondo, me froté el ojo mancillado y salí del bar tambaleándome.

Lenta y pesadamente, tomé el camino hacia mi casa. Por la tarde tenía sesión doble y, como me tocara una bestia como la que acababa de degraciarme, iba a necesitar, como poco, una rehabilitación intensiva.

Lo pensé aquella vez como tantas otras lo he pensado, muy seriamente: el servir de "objeto ejemplar" para la ADEMAM (Asociación de Mujeres Anti-Machistas) es un trabajo mucho más duro de lo que nadie imagina... menos mal que, y que Dios nos coja confesados, está más que bien pagado.

Este texto tiene bastante tiempo, me lo acabo de encontrar entre el cerro de cosas olvidadas que tengo por aquí...

sepan disculparme...

Un tipo en un prostíbulo le pregunta a la "madame":
- ¿Cuánto cuesta aquí acostarse con una mujer?
- Depende del tiempo.
- Bien... digamos que llueve...

el monito


Ayer noche fuimos a ver King Kong el primo y yo (por obra y gracia suya -loado y alabado seas, ¡oh!-).

PELÍCULA:

Me gustó. Sinceramente. ¿Que es un peliculón? Tampoco hay que sacar los pies del tiesto, vaya. En cualquier caso se la recomiendo a cualquiera: a los amantes del cine griego en versión original (me tragué La mirada de Ulises subtitulada en francés. Mi francés es más que rupestre. No tengo palabras suficientes para expresar agonía que sentí. Y que conste que me gustó); a los clásicos del cine clásico (la peli es pretendidamente la de 1933, pero francamente bien arropada por unos personajes más definidos, escenarios más cuajados y una tecnología desbordante. El director dijo que no iba a hacer un remake, simplemente quería dotar de las nuevas herramientas que el presente ofrece para realizar el sueño de su vida: volver a grabar King Kong); a los niños y a las niñas (también pueden verla los infantes); a los del cine de aventuras (la película es básicamente eso: una aventura); y hasta a una larga lista de etcéteras.

Todos sabemos que es una peli con la única pretensión de intentar hacer pasar un buen rato, y lo consigue.

TECNOLOGÍA:

Acojonante. Espeluznante. Increíble. Fascinante. Deslumbrante. Y paro porque empiezo a parecerme al engrudístico de José Luis Moreno. A quienes no les interese especialmente este tipo historietas, le puede acabar resultando algo excesiva, pero para un obseso aberrante como el que suscribe, aing, aquello es un despliegue tal que casi se merece unas lagrimillas.
Como nota adicional diré que hasta el día de hoy ningún bicho digital había logrado conmoverme sinceramente (exceptuando a Lara Croft -se me viene recurrente a la memoria- y por otras razones): el mono es fantástico en todos los aspectos.

Y poco más, que he dormido cuatro horas a cuenta del peludo y estoy machacadito. No tengo imaginación hoy.

las dos cartas de la verdad (qué día llevo...)


Por aquel entonces (comienzo como Dios, ¿eh? –obvien mis bromitas apócrifas, por favor-) yo ya sabía que los de Oriente eran más bien Íberos. Por el contrario, mi cándida y dulce hermana (cuatro años mas joven que yo) estaba absolutamente convencida de que todos los cinco de enero tres inmigrantes ilegales se dedicaban a ir dejando amablemente regalos por las casas de los humildes españoles.

El hecho es que el nene, a la hora de escribir la pertinente misiva a Sus Majestades y con la única intención de enternecer el engranitado corazón de mis malogrados padres (los pobres, no era el mas bueno yo, qué les voy a decir), se armó de retórica y espíritu de entrega: en mi carta (un folio por ambas caras) les pedía que trajesen cariño al mundo, comida a los niños negritos (ojo Baltasar el cabreo, digo), dinero a los pobres y Paz y Amor (mayúsculos) en el mundo de Dios; y que, si es que al final les quedaba algo, cualquier nimia cosita que les sobrase, que por favor tuviesen a bien dejármela porque yo no me merecía regalo alguno (recuerdo ahora que escribí, literalmente "me he portado pichís-pichás"… Argh). Mis intenciones eran más que evidentes (y para nadie más obvias que para mis padres, claro): yo buscaba que mis progenitores pensaran "qué mono" o "que generoso" o "qué desprendido" o "cómo se siente de mal por haber sido tan cabrón durante todo el año" y, enternecidos por tales virtudes, llenasen mis zapatos de múltiples regalos. Sagaz, el muchacho.

Por su parte, la JEFAZA de mi hermana que como digo sí que creía en los Reyes, que no era mas que un minúsculo ápice de ser humano con apenas seis o siete años y que seguía ceceando y no pesaba más de veinte kilos, se hizo con uno de aquellos inmensos catálogos de juguetes y, cogiendo la carta escribió: "Queridos Reyes Magos" y a continuación, sin una sola palabra más, copió literalmente TODAS las cosas que aparecían en el libraco. TODO. Al terminar, firmó la carta, se la dio a mi madre y se piró al cuarto a ver Dumbo (por quinta vez).

Recuerdo que me quedé ahí, mirando una y otra carta, pensando: yo soy tonto del culo.

Nota: Ha sido leyendo éste post de Aldara que me he acordado...

días verdes

Sábado: 9.45 (aeme, se entiende) Ikea (mis grandes amigos suecos que aún nos tienen gozando íntimamente con la maldita cocina), 11.30 Leroy Merlin (ojito con los miles de millones de herramientas que deseo de ese lugar; que tiemblen el barbas de Bricomanía y el pobre imbécil de Art Attack -¿por qué no puedo dejar de mirar la tele cuando sale haciendo sus cositas?-), 13.00 Plaza Norte 2 (un mausoleo espantoso pero recurrente dedicado al consumismo y repleto de seres humanos), 15.00 Leroy Merlin (se nos había olvidado comprar una espátula, qué le vamos a hacer), 15.30 El Corte Inglés (no tengo suficientes palabras de afecto) , 16.00 Casa de los nenes... decapar y lijar en casa (cuatro sillas que van a quedar dignísimas, ahora que vaya currele que nos estamos pegando), 18.00 El Corte Inglés (más afecto y más amor); 21.00 Casa padres (cena y estiramientos); 22.30 Casa Mer (estofez en el sofá).

Que por qué le empiezo a coger tirria a esto de la Navidad... en fin.

El caso es que la otra noche escuché en la radio (clásico programa nocturno de nombre amable -El Ombligo de la Luna- con muchacha de voz cándida y sugerente al frente) una carta ya demasiado clásica en ésta época: el típico tipo con pico (excúsenme, que de vez en cuando me dan ataques estilísticos inútiles) que odia la Navidad. Recuerdo que a mis 17 aquello de odiar la Navidad era tremendamente fascinante: aquel que era malo, ese que era mas chulo que nadie (y que quería serlo más que nadie), estaba obligado a odiar la Navidad. Yo odié la Navidad como un campeón, siguiendo el habitual guión hasta en los puntos y las comas.

El escrito venía a decir que somos unos cínicos, unos consumistas y unas apestosas víctimas del sistema: que la Navidad une pero falsamente, que por qué regalamos cuando en realidad las familias se odian, que la felicidad de ahora es un síntoma superficial y caduco que en tres semanas se esfumará devolviéndonos a la rutina de la realidad: el individualismo, la desconfianza y la indiferencia. Que es una época inventada por una religión muerta, que seremos testigos de la falacia, las sonrisas forzadas y de la envidia... en fin, la recurrente perorata rellena de cositas dulces que no deja de tener su fundamento.

¿Pues sabéis qué? Que la chapa consiguió que me apeteciera la Navidad. Soy reaccionario por naturaleza. De acuerdo, ésta es época de melancolía y de soledad absoluta para los solitarios, las cenas podrán resultar francamente extrañas, nos gastaremos ese dineral que no tenemos en regalos que ni queremos regalar, habrá que abrazar a aquellos que hace un año exactamente que no abrazamos y tendremos que sonreír porque simplemente es Navidad... un asquito, vaya. Pero qué queréis que os diga, también ese abrazo, aunque quejumbroso, no dejará de ser un abrazo, ese brindis podrá acabar siendo sincero, el regalo que hagamos seguro que será recibido con una sonrisilla y preparar la cena puede resultar hasta ilusionante. La vida está llena de catastrofismo y qué coño, si a pesar de lo superficial, de lo etéreo y de lo minúsculo, conseguimos pensar positivamente aunque solo sea por un instante, la inhóspita Navidad habrá merecido la pena.

El tipo acababa diciendo que menos Navidad y que lo que hay que hacer es portarse bien durante todo el año. Ahí sí que estuve totalmente de acuerdo: que los Reyes son los Reyes y sé que los putos pajes me llevan vigilando desde octubre.

Un abrazo fuerte y feliz Navidad.

Por cierto: Atoren a éste ser, es simpático.