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- Serás Puta.

Lo dije así, con mayúscula. Con furia desmedida, con ansia y pasión derrocadoras. Imagínense la escena, por favor: un hombre espetándole a un fémino el apelativo que más puede dolerle (quizá), sentados frente a frente en un pequeño local de la Gran Vía de Madrid. Con fuerza, con latido, P-U-TA. Los labios se me cerraron, los carrillos hincharon y una fastuosa "P" nació estallándose contra una "u" más aniñada. El "ta" fue siseado (por difícil que parezca), aunque penetrante, hondo. La miré con descaro, procurando levantar la ceja izquierda, alzando también y en la medida de lo posible la barbilla (Brando’s pose). No supe calibrarme a mí mismo.

Ella me miró y, ante la impresionante pose de macho de tigre, de jaguar salvaje, de animal destructor de las más profundas de todas las sabanas que tenía delante, lo único que dijo fue:

- Me has escupido, joder.

Cierto era que unos cuantos filardos habían ido a parar al tercio superior de la tipa con la que conferenciaba, pero me extrañó que ante el palabro que acababa de soltarle aquella fuera la única respuesta que se le pasara por la almendra. Aquello me molestó y, apenas hubieran transcurrido un par de segundos de sincero estupor, yo que soy un macho, yo, que hubiera esperado una reacción más alarmada, casi arrepentida, como asustada y temerosa, rearmé mis encantos y, temblando en mi asiento blasfemé:

- Pues... serás ZZZ-orra.

Ésta vez casi logro que se le rice el pelo: la cascada de saliva que saltó desde mi maltrecho frenillo por poco rellena el vaso de cerveza que tenía delante. Un camarero que llevaba un perrito caliente en una bandeja resbaló con uno de los esputos recién expulsado y un pequinés espantoso que había dos mesas más allá pudo disfrutar de lo lindo zampándose a su pariente hostelero. Mientras la tipa se apartaba los cabellos empapados de la cara con un gesto que con ternura podría describir como de asco absoluto, escogí rápidamente la variante "Bogart", algo más escondida, ladeando la cabeza y mirándola de abajo a arriba. Mi pulso se aceleraba tremendamente.

El asunto del salivazo tiene su explicación en el origen de mis tiempos: De pequeño, estando jugando en un parque mientras mi abuelo perseguía a las yayas del resto del barrio ("si ejque mira que eres bonita... entre pliegue y pliegue tas llevao mi corazón tatuao, so guapa... si tuvieras dos años menos te llevaba yo de coplista, mi arma....") y me quedé dormido al sol. Como siempre he sido un tipo de cuerpo esbelto (supongamos que con siete años pesaba algo más de cincuenta kilos) mi descanso nunca ha supuesto para los que me observan un sosiego completo: desde que mi madre tiene memoria de mí mismo, he roncado como un elefante en celo. El caso es que, después de haberme deleitado el cuerpo serrano con dos bocadillos rellenos de susodicho elemento, caí plácidamente en los brazos de Morfeo. La mamá de un compañero de parque llamó al SAMUR en el momento en el que mis ronquidos superaron los decibelios debidos, y la renombrada brigada de urgencia se presentó de inmediato. Comprendiendo lo extraño que era el hecho de que un niño de apenas siete años llegara a emitir semejantes rugidos, pensaron que me estaba dando un paro cardiaco o que, más probablemente, me había tragado una lata de sardinas vacía. Nada más empezar a hacerme el boca a boca lograron que lógicamente me despertara, pero al abrir los ojos pude ver cómo la enfermera profesional encargada de la respiración asistida vomitaba apoyada en su furgoneta, informándole muerta de angustia al compañero que se había tragado dos trozos de montado sin masticar untados con mierda de paloma (es lo que tiene el dulce sueño dócil e incomprendido). Desde entonces arrastro un ligero problema en lo que a la intensidad de mi saliva se refiere.

- Eres un mamarracho, y un imbécil.

¿Mamarracho e imbécil?, ¿Con que esas teníamos? No sabía ella con quién se la estaba jugando. ¿Yo, arquero de la selección de joquey sobre patines de la escuela; yo, adalid de las causas perdidas (mi dinámica página web, petulante y elegante al tiempo y que versaba por entonces acerca de los problemas que otros tantos como yo mismo arrastrábamos acerca del tamaño del pene, así como sobre los diversos tratamientos existentes para la extensión y engrandecimiento del miembro viril); yo, generoso con los pobres; yo, monstruo del sentimiento, bestia elegante donde las hubiera, bárbaro semental (por entonces era yo más virgen que la de Lourdes, lo cual no impedía en absoluto que hubiera desarrollado una más que interesante inteligencia sexual gracias a la colección de Clásicos del Porno que bien escondía debajo de mi cama)... un mamarracho?

-No sabes lo que dices -mano blanda, "Elvis"-, nena; no tienes la más remota idea -pendulando-, bonita... mira, princesa, me vas a dejar que te explique...

Me plantó un bofetón fantástico. El bar entero empezó a aplaudir, y cuando ella se levantó, casi le hacen la ola. Qué desastre.

-Eres... eres... eres una cosa apestosa -me gritó.

Empujada por tamañas demostraciones de júbilo, levantó los brazos en señal de victoria. Dos camareras se le acercaron y la subieron a hombros. El resto de los comensales chillaba embravecido, estoy seguro de que los vítores se podían oír desde Plaza de España. Al bajar, la tipa volvió a acercarse y, enloquecida como una vaca cabreada, apretando los dientes como un niño de dos años al que acabaran de enseñarle a cagar en un orinal, me soltó un puñetazo con todas las de la ley. La gente rugió de entusiasmo. Me levanté con toda la intención de devolverle el golpe, pero con una agilidad más que sorprendente me lanzó una patada "Matrix" a las partes pudendas. El dolor me recorrió el estómago (cuan grande era y es, todo sea dicho de paso), la tráquea, el esfínter y parcialmente los pulmones (apagado grito de dolor, el mío).

Cuando logré levantarme del suelo y empezar a respirar, el bar estaba ya prácticamente desalojado.

Encima de la mesa en la que habíamos estado sentados, estaba el sobre. Jadeando, me acerqué hasta la silla y volví a sentarme. Válgame el cielo, los ángeles, los arcángeles, y la puta madre que los tenga en su gloria. Me cago en mi calavera. Dentro del sobre estaban los habituales 120 euros.

Respiré hondo, me froté el ojo mancillado y salí del bar tambaleándome.

Lenta y pesadamente, tomé el camino hacia mi casa. Por la tarde tenía sesión doble y, como me tocara una bestia como la que acababa de degraciarme, iba a necesitar, como poco, una rehabilitación intensiva.

Lo pensé aquella vez como tantas otras lo he pensado, muy seriamente: el servir de "objeto ejemplar" para la ADEMAM (Asociación de Mujeres Anti-Machistas) es un trabajo mucho más duro de lo que nadie imagina... menos mal que, y que Dios nos coja confesados, está más que bien pagado.

Este texto tiene bastante tiempo, me lo acabo de encontrar entre el cerro de cosas olvidadas que tengo por aquí...

4 comentarios:

Jaime dijo...

No dejarás de sorprenderme nunca....
¿Quién pudo ser Jamelga tal que tumbara a caballero como aquel?

Jaime dijo...

P.D. Chato, itento abrir el montaje que hiciste con fotos de torrecilla pero cuando voy a los meses anteriores sólo me aparece el último post del mes.....

José Moya dijo...

Hey, YO lo había leído. Y creo que aquí mismo, aunque no estoy seguro...

Miss Kubelik dijo...

Pues es genial (Brando´s pose, variante Bogart, mano blanda Elvis...) y tu abuelo también. Pero me gustaría una precuela para saber si debo sacar el arsenal feminista o no. Un besín ^^