el increíble caso de samuel, el hombre anticentrífugo

Qué curioso el día en el que Samuel descubrió su problema:

Resulta que a él la fuerza centrífuga le afectaba al contrario de cómo lo hace al resto de la materia. Ojo, que parece una tontería, una excusa más para tener algo de que hablar mientras se espera al autobús, se sube en un ascensor o se aguanta en la cola de la Dirección General de Tráfico, pero créanme, el problema de Samuel era de aúpa.

El día en el que Samuel descubrió su problema fue el día en el que le llevaron a las ferias de la ciudad y le montaron en esa rara atracción llamada "pulpo". En el momento en el que aquel aparato infernal cogió velocidad suficiente, en ese instante en el que se empieza a saborear la áspera posibilidad de salir despedido hasta el infinito, Samuel lo único que sentía era una fuerza increíble (y proporcional) que le empujaba al contrario que al resto, esto es, hacia el centro del rotor.

Ese día supo que a él la fuerza centrífuga le afectaba al contrario de cómo lo hace al resto de la materia.

Desde entonces, le ocurría cada dos por tres. Por ejemplo, cuando jugaba con sus amiguitos en el jardín a correr en círculos con las manos agarradas: justo cuando todos se soltaban, ellos caían riendo de espaldas y él, irremediablemente, se estampaba de bruces contra el césped; o como cuando daba vueltas en la silla del despacho de su padre, que en lugar de salir despedido se quedaba tieso y pegado al asiento; o como cuando viajaba en el coche familiar, que al tomar las curvas subiendo a un puerto, él se empotraba contra la puerta aparentemente equivocada.

Samuel, siendo ya un medio adulto, decidió hacerse patinador sobre hielo. Había que verle al girar sobre sí mismo, qué gloria, qué maravilla. Y es que a diferencia del resto de patinadores, él podía girar y girar sin tener en cuenta cuál fuera su postura ya que siempre seguía en su sitio.

A medida que iba presentándose a más y más concursos (Polonia, Canadá, Rusia, Estados Unidos, Francia...) mayor iba haciéndose su fama y popularidad. Qué tío mas grande, Samuel.

En una rueda de prensa que dio una tarde después de patinar en lo alto del Everest , comunicó al mundo entero que su próximo reto sería el mayor espectáculo jamás visto sobre patines: daría cien vueltas seguidas sobre sí (haciendo piruetas increíbles, claro está) en menos de veinte segundos... sin entrenar ni un solo día.

La tarde del estreno Samuel estaba confiado. Toda la familia estaba allí apoyándole, su innumerable cantidad de amantes y amigos aplaudían vigorosamente esperando la actuación.

Samuel apareció el la pista, saludó al respetable y empezó a coger carrerilla deslizándose de un lado a otro. Cuando llevaba unas cuatro vueltas alrededor de la pista, pegó un giro muy brusco y, como un rayo, empezó a girar sobre sí mismo.

Tan concentrado estaba en el cronómetro que en el segundo doce no se dio cuenta de que precisamente lo que debía hacer era estirar los brazos y las piernas, justo al contrario de como suelen hacerlo los patinadores a las tres de la madrugada en La 2; para cuando quiso darse cuenta tenía las manos pegadas al pecho y las piernas juntas por las rodillas... y la velocidad iba en aumento.

En el segundo diecinueve Samuel desapareció. Literalmente. Su fuerza anticentrífuga lo absorbió como si hubiera sido su propio agujero negro.

Al salir todos comentaban que se había quedado en noventa y ocho vueltas, que si hubiera existido un segundo más, seguro que lo hubiera logrado.

6 comentarios:

José Moya dijo...

Me dejas sin palabras.

Anónimo dijo...

¡Qué desgraciado y qué final tan triste!

Gloria dijo...

¿Qué esperábais de un hombre centrípeto? Yo lo veía venir.
Es una razón más para ver el patinaje a las 3 a.m. (antes de merendar)

Clarita dijo...

Es buenisimo!!! 98 vueltas en 19 segundos!!! ;) Pobre Samuel

JdMolay dijo...

Pimo... me estas preocupaaaaaando!!

Pry dijo...

Opps, me gusto la historia, el final tambien.

Saludos!