suicidios y guerras

El otro día leí que los suicidios causan al año más muertes que las guerras.

Las fuentes parecen fidedignas: la OMS, la IASP (ojito: Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio) y la OPS (Organización Panamericana de la Salud).

Independientemente de la repulsa que me generan las guerras, la noticia me llama tremendamente la atención en lo que al suicido se refiere: es impresionante cuantísimas personas se suicidan. Personitas como tú y como yo, al fin y al cabo.

Recuerdo una discusión que mantuvimos un gran amigo mío y yo acerca del suicidio precisamente después de volver a ver "El Club de los Poetas Muertos", hace ya muchísimos años. La película es fantástica y muchos recordaréis que uno de los alumnos se suicida.

La discusión se fundamentaba en la determinación que un individuo debía tener para suicidarse (no hablo aquí de la inmolación ni similares, no vienen al caso): ¿hay que ser un valiente para quitarse la vida?, ¿será por el contrario un gesto de cobardía para afrontarla? Probablemente se trate de una mezcla de ambas cuestiones.



A mi humilde parecer, después de haber pasado por lances que no son pertinentes en éste momento, ha acabado pareciéndome algo francamente cobarde. Quizá sea porque, aun habiéndolo pensado a veces, ahora tengo la sensación de que la vida, y solo la vida por sí misma, es lo más fascinante que existe.

Citaré a mi abuelo, uno de los seres humanos más interesantes que hayan existido (murió hace tiempo, el hombre): -“Juanillo -me decía con voz queda y mirándome a los ojos-, el sentido de la vida no es más que la vida misma”-

Lo que me asusta un poco es el pensar en las miles de justificaciones, en los millares de razones que habrán pasado por esas cabecitas antes de haberse decidido. Estoy un poco harto de escuchar que todo se debe a la sociedad y a cómo nos vamos haciendo más retraídos y míseros para con los demás y nosotros mismos. No me sirve, sinceramente.

Olé por los valientes.

1 comentario:

José Moya dijo...

Completamente de acuerdo. La más cochambrosa de las existencias en este mundo puede ser una fuente de fascinación. Nunca se sabe lo que hay a la vuelta de la esquina, y ahí está la gracia. Vaciarse el frasco de barbitúricos en el tubo digestivo es, al fin y al cabo, como romper el tablero antes del jaque maque definitivo. Los auténticos perdedores aguantamos, hasta el final, como Brian en la cruz, con una sonrisa en los labios.