Anécdota 7: "Er Cajco"

Premisa 1: Nestares es un pueblo sito a unos cinco kilómetros de Torrecilla (base de operaciones elemental). Su población en invierno llega hasta la asombrosa cifra de 3 seres humanos; en verano incluso supera los 15. Quieran los hados del destino que las fiestas de tamaño pueblo sean un fin de semana ANTES que las del nuestro, razón que nos obliga a invadirlo inevitablemente, con la finalidad de: uno, bebernos todo aquello susceptible de ser bebido y; dos, entrenar e ir calentando a las huestes para que el fin de semana siguiente sea, otro año más, memorable.

Premisa 2: A Nestares se sube de noche y andando. Andando y por un campo de piedras que te cagas. Durante el día previo a la excursión hay que rezar para que no llueva y para que la noche sea clara y con luna: los lechones habidos son memorables muy a pesar de las linternas.

Anécdota: Son las seis y media de la mañana. El paisaje es desolador pero... ¡aja! hete aquí que aún queda en pie un pequeño reducto de héroes de la cuadrilla: La Resistànce (alegórico me encuentro hoy). Obviamente nuestro estado es detestable pero, dado que la perspectiva de marcharnos caminando se hace terriblemente dolorosa, decidimos echarnos un último alguito al gaznate para insuflarnos cierto ánimo. Entramos en el único bar que hay en el pueblo (de hecho es un Centro Social que solo abre los findes impares, creo) en donde el camarero nos mira con ganas de llorar. Entre vítores y algún son del Tractor Amarillo procedemos a hundirnos un poquito más en la miseria... no han pasado cinco minutos cuando de repente El Venao resuena berreado a nuestra espalda: Son dos tipos de Torrecilla ostensiblemente machacados que se van jaleando el uno al otro a ritmo de pacharán.

Sea como fuere (ay, la amistad) nos liamos a hablar y se ofrecen a bajarnos a Torrecilla en el pedazo de Land Rover de uno de ellos: el bicharraco en cuestión es uno de los antiguos, un autobús verde y con unas ruedas del tamaño de un portón. Dos aceptamos al momento y el resto se achanta bajo la inteligente premisa de que más vale resbalón torpe que hostión en coche. Al montarnos en el vehículo, mi compadre decide que es el mejor momento para echarse una cabezadita mientras yo, que aún mantengo cierta (ínfima) dignidad, voy empezando a darme cuenta de en dónde me he metido: estos dos campeones se están zumbando a morro una botella de pacharán, la mirada del que conduce es la desasosegante mezcla entre la de un camaleón y la de Fernando Trueba (con todo el respeto), el otro decide mear por la ventanilla y yo empiezo a acordarme de la madre que parió al mundo. A todo esto el conductor decide que qué coño, que para qué está un Land Rover, que vamos para abajo pero en línea recta: campoatraviesa, joder. Y más feliz que una perdíz el pavo enfila un campo de trigo y tira toderecho. Con el bamboleo (la de Dios) mi colega dormido (increíble) se está pegando unos carajales contra la ventanilla de narices así que el conductor, muy resuelto él, decide que, y sacando uno del maletero, lo mejor va a ser plantarle un casco. Y así llegamos hasta abajo: el nene santiguándose con una mano y con la otra apretando el melón reforzado de mi compadre contra el cristal para evitar que rebote.

Total, que cuando bajo del coche y tiro de mi amiguete, el pobre despierta. Como lógicamente (por el bebercio) le duele, se lleva las manos a la cabeza y de repente su expresión cambia con tremenda alarma: empieza a darse golpes suavemente mientras nosotros tres nos partimos la caja torácica: el pobre no se da cuenta de que lleva un casco puesto hasta pasados quince segundos... No he visto tanto miedo en la cara de alguien en muchísimo tiempo…

1 comentario:

José Moya dijo...

Cada vez que leo tus posts me parto de risa, por mucho que conozca las historias. Increíble.