Anécdota 3: Spiderman

Anécdota: Junio de 1999. Jueves. Es la una y media de la madrugada. Agg. Estoy en la puerta de casa con un alegrón (es un decir) encima de la leche: Ole, ole y ole, mis caracoles. Y es que a las siete de la tarde salía de la oficina con unos cuantos compañeros y con la sanísima y pudorosa intención de ingerir una cerveza (máxime dos, lo juro) e irme al sobre a descansar. No fue así. Ay. Después de buscar por todos mis bolsillos llego a la tristísima conclusión de que me he dejado las llaves en el cajón de la mesa: fenómeno, me siento un crack. A riesgo de morir o ser deseredado decido llamar al telefonillo y curiosamente no me responde ni el perro (harto complicado, por otra parte). Como estoy más crecidito que Flash Gordon llego a la conclusión de que lo mejor que puedo hacer es saltar la valla y así, como mal menor, puedo arrebujarme a dormir en el porche, en el césped o, si es menester, pegarme un baño en pelotas en la piscina. Recordando lo sencillo que era hacerlo en mi tierna infancia me acerco a la esquina por donde habitualmente lo hacía y me encuentro con que mi portero (más versátil que una thermomix) ha "instalado" ciertas medidas de seguridad. Me sonrío bien chulito en gesto McGiver y me encaramo a la valla. Huelga decir que voy trajeado, corbata y portafolios incluidos. Cuando llego a lo alto del murete veo que hay un precioso alambre de espino a conjunto con unos pinchos de hierro de aquí te espero. Francamente ortopédico, paso por encima (después de clavarme un poco todo en las manos y engancharme los pantalones tres veces). Al pasar al otro lado me encuentro sobre la caseta de la depuradora, desde la que fácilmente podría saltar al suelo. Al sentarme sobre el tajadillo siento como se me hincan en las posaderas unos amabilísimos clavos y, en gesto agónico me lanzo al suelo. No debería haberme sorprendido al encontrarme aquello lleno de cristales rotos, pero lo hice, francamente... Magullado pero aún con el ánimo invencible, decido buscar alternativas desde dentro: El portal no se abre (lógico), mi hermana no escucha las pedradas que le estoy pegando a su ventana, siguen sin descolgar el telefonillo y empiezo a cansarme. Después de echar un pis detrás de un matojo y de recorrer el porche unas cuantas veces me llega inspiración, la luz, la sangre a borbotones al cerebro: coño, vivo en un primero: la ventana. Bailando claqué y más feliz que una perdiz me dirijo hasta el jardín: a pesar de tratarse de doble ventana sé que con un par de golpecitos se pueden abrir. Ahora, ¿cómo llegar hasta allí? El pino. Tengo un pino justo enfrente de mi cuarto. Dejo el portafolios en un banco y, sin pensarlo un segundo me agarro al pino y empiezo a trepar. He de apuntar ahora que el pino en cuestión (ahí sigue el tío) es relativamente alto, pero el diámetro no es mayor que el de una pelota de balonmano. Lógicamente, a medida que voy llegando hacia la copa aquello se tuerce en plan catapulta infernal (grandes, los gemelos Derrik de Campeones) balanceándose de un lado a otro como un junco al viento. Si a eso le unimos que mis capacidades trepadoras están muy menoscabadas por: uno, mi lozanía (70 kilitos -los de entonces... ¡ahora más!- de Dios); dos, mi ebriedad (el güijqui maldito); y tres, el disfraz de chico elegante, podéis haceros a la idea de lo que me costó conseguir, después de ni se sabe cuantísimos intentos, llegar hasta arriba. El caso es que, una vez "on top of the world", logro ir balanceando el pino hasta que, en un salto fantástico, me cuelgo de las jardineras de obra que hay en mi casa. Bien, pienso entonces, lo hice, soy un monstruo. Pero hete aquí que me encuentro con lo más inesperado: cuando trato de alzarme a la maceta tirando de mi majestuoso cuerpo no me muevo ni un centímetro: no me queda un pijo de fuerza. Por más que lo intento, no hay forma. Joder. Apunto de echarme a llorar miro hacia abajo y encuentro la solución a la altura de mi cintura: el desagüe de la maceta. Si logro plantar ahí un pie me podré impulsar con la pierna y problema resuelto. Haciendo un último esfuerzo logro poner la peana en el borde del desagüe y, con todas mis paupérrimas fuerzas pego un tirón hacia arriba. Pero el puto desagüe es una manguera. Las mangueras no son resistentes. Las mangueras se doblan... así que me resbalo y me quedo colgando de un brazo. Agg 2. Mierda. Viendo que estoy a punto de pegarme un lechón contra el suelo y como alternativa a no poder subir el brazo que tengo descolgado, me lanzo contra el pino para amortiguar el golpe. Y curiosamente me vuelvo a quedar agarrado casi en la copa del pino. Cuando estoy volviendo a intentar el salto oigo la puerta de entrada. Sin pensármelo dos veces me dejo caer al suelo. Imaginaros la cara del pobre tipo que entraba a su casa relajadamente después de una noche de asueto personal: sin comerlo ni beberlo le cae del cielo un vecino despeinado, con el traje hecho un Cristo (nunca mejor dicho), apestando a resina con cocacola y que no puede pronunciar ni su nombre. Nasnoches, le dije. Buenas noches, me dijo él aún temblando. Ques que me he dejao las llaves en laficina, le digo. Ya, responde él. ¿m’abres?, le pregunto. Claro, dice él. Así que el pobre hombre, mirándome acojonado y sin saber qué coño había pasado, me abre la puerta. Tamañana, le digo. Adiós, me dice él. Llegué a casa y llamé al timbre de la puerta. Mi padre, con los ojos llenos de legañas me abrió alucinado y se volvió a la cama sin pensar mucho en mi aspecto. A la mañana siguiente (la cabeza me estallaba) bajé a comprobar qué demonios le pasaba al telefonillo. Desconectado, por obra y gracia del padre del vecino que me encontró escalando. En fin.

2 comentarios:

José Moya dijo...

Podías haber hecho como tu vecino, hombre. Tiene menos gracia, pero seguro que también su noche tuvo emoción.

juank sinclair fantoba dijo...

Estoy convencido de que él debe de haber contado la historieta por ahí, y aún más seguro de que debe de partirse de risa al respecto...