Anécdota 1: La plantación

Premisa 1: Tengo la afortunada, liberadora y más que satisfactoria suerte de poder ir al baño en el momento y en el lugar en los que mi agradecida anatomía me imponga: no me importa estar en un bar curte, en un restaurante caro, en la ópera, en el campo o en donde sea: cuando el nene (yo mismo) ha de plantar, el nene planta: únicamente le pido a Dios un agujero y algo de papel (confesaré en alguna otra ocasión que, cuando la necesidad aprieta -nunca mejor dicho- llega a darme total y exactamente igual el tipo de papel del que se trate). Bien. Hay personas que, de no ser en su propia casa (en su propio váter, concretando), no pueden hacerlo; de hecho conozco a gente que, habiéndose marchado de viaje por una semana, son incapaces de hacer de tripas corazón en los siete días (SIETE DÍAS). Siento franca pena por esos seres humanos.

Premisa 2: Hace ya casi dos años que entré a trabajar en donde actualmente lo hago. Las oficinas son grandes y diáfanas; bastante agradables, diría yo. Las separaciones modulares (salas de reunión, etcétera) son sencillas: se pillan cuatro paredes, se sostienen del techo, se agarran al suelo y ya tienes un despachito multihobby montado. Con diferente tipo de pared, puertas y suelo, pero así son también nuestros cuartos de baño. Apuntar que son chiquitos: una entrada en donde está el lavabo y dos puertas detrás de las cuales están sitas sendas toilettes.

Premisa 3: Existe universalmente un acuerdo tácito: cuando dos cagan en el mismo baño siempre hay uno que termina primero. Obvio, ¿no? De acuerdo entonces; pues el segundo debe esperar (casi tiene la obligación de hacerlo) hasta que dicho primero se haya marchado del servicio para poder salir. Así son las cosas. Da igual que después haya entrado otra persona: lo importante es que aquellos que han plantificado en equipo no se vean el jeto.

Anécdota: Es viernes y hace tres días que he entrado a formar parte de mi nueva empresa. Como todo puto nuevo llevo esos tres días leyendo archivos, expedientes, directrices y demás sandeces obvias y aún más aburridas (véanse códigos de comportamiento, éticas empresariales y demás palabrería yankee). Como sea que es viernes y Agosto, casi todo el mundo se ha marchado a las tres (bendita y alabada jornada intensiva), pero como el nene quiere demostrar que es un currante nato (y lo soy, qué diantre), ahí estoy dale que te pego.

Son las seis de la tarde cuando un retortijón tremendo se me engancha al bajo vientre y me tira con fuerza del estómago. Me cago, pienso. Y a cagar voy, me digo. Levanto mis posaderas de la silla y, muy pausadamente (miedo tengo de partirme en dos o de que se me escape un traicionero gas) llego hasta los baños. Después de comprobar que no hay moros en las tazas, entro en el servicio de la derecha, cierro el pestillo (visible el "ocupado" desde fuera) y aprieto los dientes en cette eclosion de ilusión. Pasado un relajante y satisfactorio minuto alguien entra en los servicios dándole un golpe a la puerta y, demostrando un ansia aún mayor a la mía (éste sí que se está cagando, pienso), se introduce en el baño contiguo pegando un fortísimo portazo al cerrar. Restalla al aire el cinturón y casi se parte la tapa al ser levantarla. Lo que viene después no tiene parangón. El tipo pierde 350 gramos en tres segundos, acompañando el logro con un quejío muy jondo y una retahíla de crujidos dignos de un campeón aéreo. Se suceden, a lo largo de otros 30 segundos más una ristra de ruidos por todos conocidos y llego a la conclusión de que aquí mi vecino está sueltito. Pero que muy sueltito. En fin, en el momento en el que el tipo debe pararse a coger aire, el nene decide que tiene que marcharse a la mayor brevedad posible así que, sin un momento que perder, procedo a limpiarme decorosamente y salgo al lavabo a, evidentemente, lavarme las manos con agüita y jabón.

Bien, justo en el momento en el que termino de secarme las manos, el vecino, incumpliendo el protocolo marcado en la Premisa 3, sale del baño. Cuál es mi sorpresa cuando me encuentro frente a frente con el capo del Puto Amo de la empresa... el Director que va después del Consejero Delegado y del cual tengo la mala fortuna de depender (en quinta línea sucesoria, eso sí) está terminando de abrocharse el cinturón delante de mí. El caso es que el tipo (Don Tipo, debería apuntar) se me queda mirando y dice: "Tú eres el nuevo, ¿verdad?", "Sí" digo yo mientras atisbo lo que se viene. "Soy Tal y Pascual, encantado" y me lanza la diestra para que yo le de la mano. En un segundo se me pasa por la cabeza el estruendo que acabo de escuchar, el quejío, la sueltez y la posibilidad de unas uñas llenas de mierda... pero claro, como el nuevo es el nuevo y el capo es el capo, el nene le lanza la mano enarbolando una sonrisa de lo más sagaz.

Salí del baño directo a mi sitio y con la mano en alto: no podía volverme a lavar las manos delante de él... tuve que aguantar hasta que pasó por mi sitio, sonriéndome el muy cabrón, para volver como alma que lleva el diablo a darme el remojón pertinente.

1 comentario:

José Moya dijo...

Bueno, Juan, ya te conté que en Lisboa tuve un problemilla con el papel higiénico en un bar y luego me encontré con que no había jabón en los lavabos. Lo que ocurrió después? Jose preguntándole en portugués macarrónico a la camarera del Web Café si podía darle algún tipo de jabón, ante la mirada de odio de mi hermano y mi primo, que estaban intentando flirtear con la camarera.