s o ñ a r r e r a

He sido consciente del absoluto sueño que tengo en el momento en el que mi compañera (señora que raja ilimitadamente, que aguanta en el mismo párrafo hasta la extenuación, que no capta indirectas tales como "me estoy meando y NECESITO ir al cuarto de baño", que incluso es capaz de acompañarte hasta la misma puerta de los putos servicios y seguir hablando -chillando- a través de esta mientras uno llora desconsoladamente abrazado a la tacita preguntándose por qué Dios le ha dado lengua a ésta tía, coño. Es una perfecta pesada (cansiiiina) de las de telenovela, una chapista espectacular, capaz de agotar a Hermida, madre de la tipa esa de la rueca que se durmió treinta años y luego apareció su ahijado para despertarla metiéndole mano... hablaría estando muerta, segurísimo) ha empezado a mirarme raro hacia la mitad del coñazo que me estaba pegando ("Mis cosas de casa en mi nueva casa", Tomo 42, capítulo 637).

He notado que empezaba a bajar el ritmo de la perorata y de repente he sido consciente de que tenía un ojo cerrado, el otro completamente entornado y la frente arrugadísima en gesto de linda agonía. He dormido fatal, qué le voy a hacer. Y no tengo el cuerpo hoy para Faulkner, oigan.

Lo que más me impresiona es que aquí mi compa continúa en este preciso instante pegándosela a mi jefe, ser humano cuya mesa está situada a tres metros de mi sitio. Ahora mismo noto cómo él prefiere la muerte. Y yo me piro al excusado, sean tan amables.

Cambio

Que como empieza el nuevo curso y Bush me ha llamado llorando por teléfono sólo para pedirme por favor (please, mr. sinclair, ha dicho) que os suplicase perdón a todos vosotros (y al resto, que hoy anda fenómeno) por lo melón y tonto de los cojones que es, he decidido cambiar el look del blog.

Buen fin de semana.

Sean todo lo malos que puedan.

El escote blanco

Hacía mucho tiempo que no atendía a un cliente fuera de mi oficina; nunca sabes lo que puedes encontrarte delante. Esa era una de mis pequeñas exigencias: la primera cita era siempre en mi territorio, la segunda, si es que la hay, ya veremos.

readchair

Aquella mañana fue una excepción, no recuerdo bien por qué, pero accedí a vernos en la pequeña cafetería que hay en la Quinta con Harreys Boulevard. Sí recuerdo muy bien el vestido que ella llevaba, también las lágrimas, los gorgojeos y el rímel corrido. Me matará, sé que me matará; le pagaré cuanto pida, pero por favor, necesito que se deshaga de él antes de que me mate. Las razones me daban igual, sólo importaba el dinero y quizá aquel escote blanco tan pronunciado. Cuánto está dispuesta a pagar. Lo que sea. Al salir del local me entregó la foto del sujeto en un sobre marrón cerrado y, antes de despedirnos, me informó de la hora a la que el tipo llegaría a Nueva York. Gracias. No me de las gracias, usted me paga un precio muy justo por esto.

Pasé por la oficina, recogí el revolver y me acerqué con tiempo suficiente a la estación de Times a esperar el tren de las cinco y media. Entré a los servicios de la planta superior y, una vez colocado el pestillo, abrí el sobre con cuidado de no dañar la fotografía. Era un retrato mío bastante bueno, en blanco y negro; debieron tomarlo la semana pasada, cuando aún llevaba el sombrero de verano. Coloqué el arma en el bolsillo derecho de la gabardina y bajé hacia los andenes. Eran las cinco y veinticinco, por lo que aún quedaba tiempo para fumar un cigarrilo.

A las cinco y media en punto el tren apareció chirriando por la vía seis, así que me oculté detrás de una de las columnas de hierro y esperé. Las puertas se abrieron y una oleada de gente empezó a bajar de los vagones atropelladamente. A los diez minutos no quedaba nadie por bajar, los revisores parloteaban distraídamente en un aparte sobre del último partido de los Mets.

Se ha equivocado, pensé, quizá sea mañana o cualquier otro día de ésta semana. Por el dinero que esperaba en el primer cajón de mi mesa podía volver al día siguiente sin hacer preguntas, así que me di la vuelta y comencé a andar hacia la salida. No logré dar ni diez pasos cuando el sordo sonido de un disparo con silenciador me despertó del letargo en el que estaba. Transcurrieron tres o cuatro segundos hasta que me percaté de que yo había sido el destinatario de la bala. En una profesión como la mía uno es consciente de que su muerte será fácil y de que su vida será intensa pero corta. Al caer de bruces contra el suelo únicamente lamenté no volver a ver aquel precioso escote blanco.

Salí de detrás de la columna que me ocultaba y, sin mirar atrás, recogí el casquillo de la bala que acababa de perforarme el corazón. Quité el silenciador despacio y tomé un taxi hasta la casa de mi clienta. Una vez allí, en el ascensor que llegaba directamente hasta su apartamento, volví a montar el silenciador en la pequeña pistola que siempre llevo a la altura del gemelo derecho y la guardé en el bolsillo izquierdo del pantalón. Efectivamente, iba a matarla.
No me acuerdo cuando escuché ésta anécdota genial acerca del arte:

Estaba Mr. Eugenio Salvador Dalí en un programa de televisión dispuesto a ser entrevistado por un gran periodista y/o amante de la pintura; como correspondía a tamaño personaje, habían lógicamente invitado al programa a los tres expertísimos critiquísimos de pinturísima más importantísimo de aquella Españísima.
(Aparte: nótese el curioso caracter de éste tipo -Dalí-, que se pegaba unos cabreos de aquí te espero cuando a él no le dejaban pagar en los restaurantes simplemente firmando una servilleta -cosa que sí le ocurría a su colega D. Pablo Picasso-).

El caso es que en aquella ocasión, una vez comenzada la tertulia, los tres lamepinceles (incluído el presentador) empiezan pertinentemente a lamer el pincel de Mr. Eugenio. Como ya podrán imaginar, conforme va pasando el tiempo y van entrando en calor, los halagos y elogios de los muchachos son cada vez más exagerados y rimbombantes.
A medida que va avanzando la entrevista aquello va transformándose en un bodebil barroquisísimo hecho de audacias y apuntes cada vez más geniales y originales: que si "su pintura alcanza lo recóndito del ser humano", que "es la esencia del infinito detrás del arte mas puro que hay", que "representa la angustia existencial del hombre y sus inalcanzables sueños", que "el hombre tiene sentido a través de sus cerdas", etcétera.
A todo ésto, al aludido no se le movía ni el bigote.
Que si "el ángel del arte", "el máximo exponente de la modernidad surrealista, el moderno barroquismo y la postmoderna decadencia en el mundo"... en fin.
En un momento dado de la entrevista, Mr. Eugenio, que estaba escuchando muy atentamente a los tres expertísimos, solicita que le den un lienzo pequeño, pintura negra y un pincel cualquiera. Los tres mosqueteros se mean del gusto y el entrevistador se frota las manos pensando en su sueldo. Recordemos (a pesar de lo reiterativo) que cuando ya le han entregado el material los cuatro coristas han ensalzado a Mr. Eugenio hasta un nivel de pureza estilística inalcanzable ni tan siquiera por los dioses del Olimpo, claro: El Maestro, el Verdadero Cervantes de la Pintura, El Nóbel del Pincel y naderías del estilo.

A los tres minutos, mientras los otros siguen dale que te pego con lo cojonudo que es El Artista (que sin duda lo era), Mr. Eugenio muestra a los tres carnívoros de inteligencia y sutileza lo que acaba de hacer:
Aquello es un círculo con un punto dentro.
Transcurridos tres segundos de asombrosa tensión dos de los críticos se rasgan las vestiduras, el otro empieza a masturbase contra el perenne ficus de todos los programas de televisión de aquel entonces y el presentador se clava un bolígrafo en el dorso de la mano tratando de ocultar el gozo tan tremendo que siente...

Los cuatro, casi a coro, comienzan con la retahíla de quebuenos, acojonantes, diosquemaravillas, eslavidamisma, mecagurreoenlasbragas... (recuerden: es un círculo negro con un punto del mismo color en el centro, nada más). Después de diez minutos de agasajo pringoso durante los cuales Mr. Eugenio sigue manteniendo el rictus de nomecabeunalentejaenelculo, por fin deciden preguntarle al autor acerca de lo que acaba de hacer.

- Por cierto, ¿qué le parece a usted la obra maestra que acaba de ejecutar?.

En éste punto imagino al realizador, productor, director, asador, cocinador y aguador del programa temblando en la pausa que duró hasta que llegara la respuesta. Gotas de sudor recorriendo sus frentes, agonía, nudo en el estómago... expectación máxima...

Después de carraspear muy circunspecto, Mr. Eugenio miró al respetable y dijo:

- Pues una mierda, ¿no ven que es un círculo con un punto?


Un crack, qué coño.

Un suspiro

Ayer por la tarde me escapé a echar un piti rápido y dio la casualidad de que no había nadie por abajo.

A mitad del segundo cigarro (no me miren así, que tengo mono) me apercibí de una mujer se acercaba hacia mí titubeando un poco. La expresión de su cara me llamó un poco la atención por lo comedida, como discreta y agobiada al tiempo. Llevaba un papel chiquitito pero muy apretado en la mano izquierda y yo me temí lo peor: estas situaciones no suelen incomodarme particularmente pero sinceramente, ayer estaba de puta madre con el piti, el fresquito y con la mente perdida en las lámparas de casa, mi nueva dremel (oh... ooohhh, ooooooohhhh!!!) y demás historias relacionadas con el increíble y fascinante mundo del bricolaje (no, no soy raro) y lo cierto es que no me apetecía un huevo que nadie viniese a preguntar / pedir / aconsejar.

La mujer en cuestión era mas bien bajita, latinoamericana, de tez oscura y de ojos curiosamente ovalados. Se acercaba bajando la vista, dando pasitos cortos y agarrándose al papel que sostenía cada vez con mas fuerza. Cuando solo le quedaban un par de metros para llegar a donde yo estaba, levantó la vista tímidamente y sonrió escondiendo la barbilla, entre incómoda y solícita.

Estaba yo todavía pensando en que me iba a joder el cigarro preguntándome por alguna calle inencontrable o quizá por una estación de metro infinita; tal vez por aquella estación de autobuses o incluso por cómo se llega a Coslada desde aquí; ya me veía yo señalando para cualquier sitio bastante desorientado, a ella mirándome extrañada y a los dos finalmente buscando a otro transeúnte que verdaderamente pareciese saber algo de ésta ciudad tan maravillosa, cuando atropelladamente preguntó:

- Perdone... cuando se los llevan presos, ¿a dónde los llevan?

El alma se me cayó a los pies... en ese momento la expresión de su cara tuvo todo el sentido del mundo: el apocamiento, la congoja, la turbación que sentía al tener que preguntarle a alguien a dónde se habían llevado a su marido (¿?) arrestado.

Qué cosicas, ¿eh?
No quiero coleccionar soldados de plomo, relojes de época, plumas estolográficas que usaron presidentes de países occidentales, figuras de cristal talladas a mano con formas de animales que no existen, sellos antiguos raros y descatalogados, monedas de múltiples formas y colores que probablemente cuesten billetes, piedras semipreciosas guardadas en bolsas de plástico chusto, o cajitas multiformes del siglo XVII. Tampoco quiero hacerme con miniaturas de muebles a colocar en la pertinente casa de muñecas (que se jodan los muñecos), ni quiero construir un coche teledirigido a radiocontrol con gasolina, o un avión teledirigido a radiocontrol con gasolina; ni siquiera ir montando el cuerpo humano partiendo del esqueleto (56 fascículos, más de un año, señores), ni una perfecta rélpica de una galera romana; ni pensar en aprender a pintar con los DVD's de los mejores falsificadores del mundo... Tampoco me quiero coleccionar los primeros episodios de X-Files, o recuperar series míticas como el Pájaro Espino o Kunta Kinte.

Lo que me apetece es volver a mi blog, qué coño.