Anécdota 2: La plantación contraataca

Premisa 1: Este es un epílogo a la anécdota 1 y tiene que ver con lo que Joe apunta en su comentario a dicha anécdota: el papel. El papel higiénico es como un dolor de muelas: hasta que no te jode, no sabes lo que es sufrir. En los baños de la empresa, distribuidos como en el anterior post comentaba, hay siempre dos rollos por cubículo y si por un casual faltara (caso extremo), hay un armarito en los propios servicios en donde se guardan innumerables reservas. Obviamente antes de entrar al baño a reforestar uno siempre comprueba que hay papel.

Anécdota: Ha pasado una semana desde la anécdota 1. Es jueves y son las siete de la tarde. Sigo siendo el nuevo. Voy a tomar una cervecita (miento, sé que serán más de una y que luego habrá que rebajarlas con algún espirituoso al uso...) con una amiga y contarnos las penas (múltiples las de ambos, por entonces); a lo largo del día hemos ido hablando y finalmente hemos quedado en que en cuanto llegue a la zona me llamará y bajaré a buscarla. Bien. Siendo como decía las siete y previendo que está apunto de llegar, cojo mis cosas y me dispongo a bajar. Un segundo antes de llamar al ascensor decido volver por donde he venido y entrar al baño a echar un pisete: debo preparar mi vejiga para la maratón que se le viene encima. Al entrar al baño compruebo que uno de los servicios está ocupado. No problem. Entro en el otro y, justo en el momento en el que empiezo a miccionar (uff...), suena mi móvil. Habitualmente lo tengo silenciado pero, dado que hoy estoy esperando una llamada muy concreta y más vale prevenir, está a todo volumen. Coño, vaya por Dios. Con cuidado de no liarla, echo mano al bolsillo y respondo a mi amiga, diciéndole que en un periquete estoy abajo. Después de dos sacudidas y un escalofrío me guardo el miembro y voy a lavarme las manos. En medio del aclarado escucho cómo se abre una rendija de la puerta del servicio ocupado y, sin poder evitarlo, me doy la vuelta: Allí está de él nuevo. El Puto Amo. Asomando el bigote y un ojo (el mismo Saurón en pelotas), me mira un instante y, después de un segundo de terribilísima tensión, el tipo saca un brazo por el huequecito que ha dejado y dice: “Papel, por favor, papel”. Joder, me tenía que pasar a mí. Abro el armarito de reserva y cojo el único rollo que queda. Por un instante me siento totalmente poderoso: yo tengo el papel, y tú el ojal emponzoñado, pienso. Vuelvo a mirarle y, como no podía ser de otra forma, le alcanzo el rollo.

Salgo del baño con una sonrisa de oreja a oreja: acabo de ver al Puto Amo como un pingüino, pantalones por los tobillos y calcetines a media asta... ¿se acordará de esto en las subidas?

Anécdota 1: La plantación

Premisa 1: Tengo la afortunada, liberadora y más que satisfactoria suerte de poder ir al baño en el momento y en el lugar en los que mi agradecida anatomía me imponga: no me importa estar en un bar curte, en un restaurante caro, en la ópera, en el campo o en donde sea: cuando el nene (yo mismo) ha de plantar, el nene planta: únicamente le pido a Dios un agujero y algo de papel (confesaré en alguna otra ocasión que, cuando la necesidad aprieta -nunca mejor dicho- llega a darme total y exactamente igual el tipo de papel del que se trate). Bien. Hay personas que, de no ser en su propia casa (en su propio váter, concretando), no pueden hacerlo; de hecho conozco a gente que, habiéndose marchado de viaje por una semana, son incapaces de hacer de tripas corazón en los siete días (SIETE DÍAS). Siento franca pena por esos seres humanos.

Premisa 2: Hace ya casi dos años que entré a trabajar en donde actualmente lo hago. Las oficinas son grandes y diáfanas; bastante agradables, diría yo. Las separaciones modulares (salas de reunión, etcétera) son sencillas: se pillan cuatro paredes, se sostienen del techo, se agarran al suelo y ya tienes un despachito multihobby montado. Con diferente tipo de pared, puertas y suelo, pero así son también nuestros cuartos de baño. Apuntar que son chiquitos: una entrada en donde está el lavabo y dos puertas detrás de las cuales están sitas sendas toilettes.

Premisa 3: Existe universalmente un acuerdo tácito: cuando dos cagan en el mismo baño siempre hay uno que termina primero. Obvio, ¿no? De acuerdo entonces; pues el segundo debe esperar (casi tiene la obligación de hacerlo) hasta que dicho primero se haya marchado del servicio para poder salir. Así son las cosas. Da igual que después haya entrado otra persona: lo importante es que aquellos que han plantificado en equipo no se vean el jeto.

Anécdota: Es viernes y hace tres días que he entrado a formar parte de mi nueva empresa. Como todo puto nuevo llevo esos tres días leyendo archivos, expedientes, directrices y demás sandeces obvias y aún más aburridas (véanse códigos de comportamiento, éticas empresariales y demás palabrería yankee). Como sea que es viernes y Agosto, casi todo el mundo se ha marchado a las tres (bendita y alabada jornada intensiva), pero como el nene quiere demostrar que es un currante nato (y lo soy, qué diantre), ahí estoy dale que te pego.

Son las seis de la tarde cuando un retortijón tremendo se me engancha al bajo vientre y me tira con fuerza del estómago. Me cago, pienso. Y a cagar voy, me digo. Levanto mis posaderas de la silla y, muy pausadamente (miedo tengo de partirme en dos o de que se me escape un traicionero gas) llego hasta los baños. Después de comprobar que no hay moros en las tazas, entro en el servicio de la derecha, cierro el pestillo (visible el "ocupado" desde fuera) y aprieto los dientes en cette eclosion de ilusión. Pasado un relajante y satisfactorio minuto alguien entra en los servicios dándole un golpe a la puerta y, demostrando un ansia aún mayor a la mía (éste sí que se está cagando, pienso), se introduce en el baño contiguo pegando un fortísimo portazo al cerrar. Restalla al aire el cinturón y casi se parte la tapa al ser levantarla. Lo que viene después no tiene parangón. El tipo pierde 350 gramos en tres segundos, acompañando el logro con un quejío muy jondo y una retahíla de crujidos dignos de un campeón aéreo. Se suceden, a lo largo de otros 30 segundos más una ristra de ruidos por todos conocidos y llego a la conclusión de que aquí mi vecino está sueltito. Pero que muy sueltito. En fin, en el momento en el que el tipo debe pararse a coger aire, el nene decide que tiene que marcharse a la mayor brevedad posible así que, sin un momento que perder, procedo a limpiarme decorosamente y salgo al lavabo a, evidentemente, lavarme las manos con agüita y jabón.

Bien, justo en el momento en el que termino de secarme las manos, el vecino, incumpliendo el protocolo marcado en la Premisa 3, sale del baño. Cuál es mi sorpresa cuando me encuentro frente a frente con el capo del Puto Amo de la empresa... el Director que va después del Consejero Delegado y del cual tengo la mala fortuna de depender (en quinta línea sucesoria, eso sí) está terminando de abrocharse el cinturón delante de mí. El caso es que el tipo (Don Tipo, debería apuntar) se me queda mirando y dice: "Tú eres el nuevo, ¿verdad?", "Sí" digo yo mientras atisbo lo que se viene. "Soy Tal y Pascual, encantado" y me lanza la diestra para que yo le de la mano. En un segundo se me pasa por la cabeza el estruendo que acabo de escuchar, el quejío, la sueltez y la posibilidad de unas uñas llenas de mierda... pero claro, como el nuevo es el nuevo y el capo es el capo, el nene le lanza la mano enarbolando una sonrisa de lo más sagaz.

Salí del baño directo a mi sitio y con la mano en alto: no podía volverme a lavar las manos delante de él... tuve que aguantar hasta que pasó por mi sitio, sonriéndome el muy cabrón, para volver como alma que lleva el diablo a darme el remojón pertinente.

Anecdotario

Voy a ir apuntando anécdotas (graciosas, espero) que me hayan ocurrido o que quizá tome prestadas de gente que conozco. Todo ello independientemente de que siga como siempre, esto es, escribiendo aquello que me venga en gana.

Agradecería infinito que, además de mi amigo Joe, si es que alguien me lee, se anime a hacer comentarios: como es obvio hace franca ilusión y prometo corresponder...

Cuento - Ranas

Al morir, señaló a la luna y pensó, sólo por un momento, que si las ranas volasen, todo hubiera sido diferente. Un segundo antes, justo cuando recibió el balazo de aquel tipo, nada de eso se le pasaba por la cabeza, estaba más concentrado en averiguar cómo era posible que Adriana no hubiera querido sexo con él: al entrar en la estación de autobuses tirando del chico había recordado cómo dos horas antes ella le había abofeteado precisamente delante de ese camarero tan subnormal que lo único que sabe hacer es rascarcarse las pelotas mientras se pierde sumergido en cada escote que pasa por delante. Y claro, quizá no le hubiera rechazado si no hubiera estado borracho, con el pequeño de la mano y recordando cuánto tiempo llevaban follando (y no es que estuviera exactamente borracho, sino en ese estado intermedio en el que uno aún es consciente de lo que hace pero que a posteriori le servirá para justificar cualquier tontería); claro que no se acordaba (no quería acordarse, ya se sabe) de que un poco antes se había bebido, en la cafetería de al lado aquel estúpido bar, cuatro güisquis seguidos (más hielo, más hielo) para justificarse y henchirse de orgullo de macho porque precisamente cinco horas antes de morir había mandado a tomar por el culo a su recién adquirida e italiana esposa, simplemente por no poder soportar ni un segundo más (cinco horas más soportaría, sin él saberlo entonces) sus malditos quejidos, pero sobre todo y ante todo por haberse llevado con él al niño que hacía dos años no había sido deseado. El pobre niño, que lloraba un día antes (y ahora también, agarrado a su tío, el de la pistola) porque sus padres discutían otra vez, en ésta ocasión por su cuento, aquel cuento que comenzaba en un castillo en donde sólo llovían ranas con alas.

Bueno...

Estoy más o menos de vuelta (el trabajo... agh!). He revisado mis últimos mensajes y me doy cuenta de que mi blogg empezaba a resultar francamente coñazo, en fin, todo sea que se me han pasado mis alardes supra patrióticos (afortunadamente, creo) así que vuelvo a mis cosas.

Bienvenido seas, me digo.

Ñ

En el idioma español,
la eñe es muy importante,
y en todo computador
debe ser una consonante.

Tan importante es la eñe
que sin ella yo no sueño,
y aunque te parezca extraño
no me estriño ni me baño

Aunque sin eñe no hay daño.
resultaría dañino,
que nos faltara el empeño
y no existiera el cariño.

Para mi linda limeña
no habría una piel de armiño.
Tampoco habría cabañas
para albergar a los niños.

Sin eñe yo no te riño,
y aunque tampoco regaño,
me sentiría muy triste
sin decirte que te extraño.

Sin sonido de zampoñas
sin beber un vino añejo
en una peña criolla.
¿Qué gracia tiene el festejo? .

¿Acaso habría buñuelos
o chuño para la niña.
Como lo hacía el abuelo
con sus trocitos de piña?.

No existiría el otoño
sin la eñe en nuestras letras .
Y tampoco habría moño,
donde prender las peinetas.

Parecía muy extraño
que Bill Gates no la pusiera,
quedaba como un tacaño
y cómo si tan caro fuera!

Bueno, basta de regaños.
Porque ya me vino el sueño
y aunque pongo mucho empeño
los ojos me hacen extraños.

Termino pidiendo a todos
los que hablan el español,
Defiendan la EÑE ¡Coño!
que así el idioma es mejor

(Lo recibí por email, no sé quién lo escribió)